Mis manos rebuscan nerviosas encima de un montón de libros en un viejo apartamento de puntal alto de la calle San Lázaro. Recupero Bonjour, tristesse de François Sagan, y lo pongo a un lado, junto a un grueso volúmen de medicina. De debajo de una pila desordenada de textos pedagógicos y de discursos rescato una novela, está en francés: Le surmâle de Alfred Jarry, traducida con el título de El Supermacho. No tengo más dinero para comprarle libros al vendedor clandestino. Corro a mi casa con esos tesoros. En el libro de medicina leo con atención las enfermedades que tienen que ver con las deformaciones glandulares, resulta intrigante además de entretenido; la suerte me acompaña: contiene fotos. Fotos de mujeres con seis tetas, estudio los fenómenos de manera más irreal que natural. Abandono el libro de medicina, abro la novela de Alfred Jarry, desde que leí la primera frase supe que sería una novela definitiva en mi vida. Desde entonces me considero, no una patafísica, pero adhiero discretamente a esa locura poética. Era una tarde lluviosa, yo tenía unos dieciseis años, me fascinaba leer en las azoteas. En la azotea de mi casa había una casucha en la que yo me encerraba a leer. Desde niña me refugiaba en las azoteas, con los palomares, y cuando no quería que mi madre o mi abuela me encontraran, brincaba de una azotea a otra. Puedo decir que me conozco unas cuantas azoteas habanaviejeras. De ahí salió mi novela Desequilibrio, y de un malogrado guión de cine; aún no editada.
Años más tarde compré en francés la obra de Alfred Jarry, y el primer libro fue aquella soberbia novela que tanto me ha marcado. Margarita y Jorge Camacho me regalaron una bella edición ilustrada.
Deja una respuesta