Ayer domingo viajamos a Trouville, Deauville y Honfleur, reverenciamos al mar, que también saludamos cada año, por estas fechas; hicimos un recordatorio en honor a Yemayá. Musité: «Otra vez el mar». Es la razón por la que escogí el título de este post, que es el título que le dio Reinaldo a una de sus novelas. Una de mis preferidas, una novela perfecta.
Allí recordamos también momentos donde la amistad y la vida poseen esa vastedad infinita del mar de Normandía, solitude y el graznido de las gaviotas, como «música de las esferas», y de la espera.
Hacía frío, la visión del mar congelado me dio un regocijo interior hasta ahora desconocido. Entonces, por fin, descubrí que me apasiona mucho más el mar en invierno, que el mar caldeado del achicharrante verano.
Cenamos protegidos por los espíritus de Marguerite Durás y Françoise Sagan, quienes también amaban el mar gélido y anochecido, además de los Casinos, el whisky, y los amantes y las amantes jóvenes.
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