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¡Qué diferencia con la infancia cubana bajo el castrismo!
Tania Quintero ha dejado un testimonio excepcional en los comentarios, lo coloco en el post, por su valor:
«Esas imágenes son de mucho antes de yo nacer, en 1942, pero me recordaron que en la escuela pública donde hice del 1ro. al 6to. grado, la no. 126, Ramón Rosaínz (nombre de un educador cubano), todos los 28 de Enero íbamos a pie, con rosas blancas, a desfilar y depositarlas ante la estatua del Apóstol, en el Parque Central.
Mi escuela estaba situada en Monte y Pila, Cerro, y de ahí al Parque Central no era demasiado lejos. En 5to. y 6to. grados pertenecí a la Asociación de Alumnos de la Fragua Martiana, que dos o tres veces al año íbamos a la Fragua Martiana y éramos recibidas (estudiaba en la sesión de la tarde, donde todas éramos hembras, los varones iban a la sesión matutina) por el director, Gonzalo de Quesada, hijo del otro Gonzalo de Quesada, que fuera amigo de Martí. Un verdadero privilegio.
Todos los años, además, preparábamos una Canastilla Martiana, que se entregaba a una familia cuyo hijo hubiera nacido el 28 de Enero. También teníamos una Cruz Roja infantil, y el día de lucha contra el cáncer, que ahora no recuerdo cuándo era, salíamos con unas latas-alcancías a recoger dinero por las calles.
Cuando inauguraron el Palacio de Bellas Artes, en 1954, una representación de las alumnas de las escuelas públicas habaneras, entre ellas yo, fuimos invitadas a asistir. Desde entonces y hasta mi salida de Cuba, en noviembre de 2003, fue uno de los sitios más visitados por mi en la ciudad donde nací, hace 68 años.
Volviendo a mi escuela. La directora se llamaba Modesta Ramírez, y todavía recuerdo que el 4 de marzo, día de su cumpleaños, recogíamos dinero (entonces las que más podían dar, daban 5 centavos o un medio, y las que menos un centavo o quilo prieto) y le hacíamos un regalo. Era graduada de pedagogía, como el resto de las maestras de nuestra escuela, tenía unos 60 años y ya no daba clases, pero era muy respetada, porque su rectitud no le impedía ser justa y amable.
Y elegante, como todas las maestras de mi época, que siempre llevaban vestidos o blusas y faldas, y no como ahora, que las maestras se visten como jineteras. A las maestras se les decía Señorita fulana, aunque fueran casadas, solteras o viudas.
Recuerdo sus nombres y los grados: Srta. Roxana, en 1er. grado; Srta. Inés, en 2do. grado; Srta. Adolfina, en 3er. grado; Srta. Margarita, en 4to. grado; Srta. Adolfina, la tuvimos de nuevo, en 5to. grado (grado que no olvido pues fue cuando me gané El Beso de la Patria, máximo galardón que entonces se podía recibir, por buenas calificaciones, conducta, asistencia y participación en actividades extraescolares) y la Srta. Carmita, en 6to. grado. La maestra de educación física era la Srta. Amelia y la de música, dibujo y trabajos manuales, la Srta. Lucila, negra como un carbón.
El director municipal de educación también era negro, cada dos o tres meses visitaba la escuela y cuando me gradué de 6to. grado fue quien me entregó el diploma. Los hombres que trabajaban como directores, maestros o inspectores vestían siempre de traje, cuello y corbata. También de la raza negra era Tomasito, el profesor de Inglés. En mi escuela, de 6 de la tarde a 9 de la noche, funcionaba una escuela pública, gratuita, para aprender inglés, a partir del 4to. grado se podía asistir.
Ya para terminar mis recuerdos. La conserje se llamaba Cusa, una señora negra, alta y corpulenta, que era la encargada de repartir la merienda, por lo regular galleticas dulces rellenas, de vainilla o chocolate, casi siempre de La Estrella o de La Ambrosía, entonces las principales fábricas de galletas, bombones y caramelos de La Habana.
Recuerdo que Cusa se sentaba con las latas de galletas en la tribuna para los Actos Cívicos de los viernes, y las alumnas, empezando por los grados inferiores, en fila iban pasando y ella les daba en las manos las galleticas. Después íbamos al patio y ahí nos las comíamos, hasta que sonaba el timbre para volver a las aulas. Cusa era tan respetada como la directora y las maestras.
Entonces no hacían reuniones de padres. Lo que se acostumbraba era la maestra citar al padre o la madre y hablar directamente con él sobre la situación de su hijo. Pero cuando había que temblar era cuando citaba la directora.
En mis años escolares existían las Sustitutas, las maestras que suplían a una profesora por un día o los días que fuera preciso. También las Hogaristas, como llamaban a las graduadas de la Escuela del Hogar, como la Srta. Lucila, quienes eran las que daban las asignaturas de música, dibujo, corte y costura, cocina, trabajos manuales…
Como ya una vez escribí en mi blog, en Cuba había muchas cosas que cambiar, pero muchas otras no había que destruirlas. Como hizo Fidel Castro, que en 1959 nombró a Armando Hart Dávalos como ministro de Educación, abogado de profesión, pero uno de los tipos más mediocres y pesados que parió la revolución verde olivo.»
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