En alguna parte leí que un periodista estaba en su casa, descansando -por mucho tiempo no lo había hecho-, cuando se enteró de la noticia del 11/9. Empezó a llamar a su oficina enloquecido para tratar de recibir más información de la que estaba viendo y para dar su opinión, antes de emocionarse verdaderamente con lo que estaban captando sus ojos en la pantalla de la televisión. De ahí salió corriendo a tomar un avión para regresar a NY, no lo consiguió. Regresó a su casa de descanso, y volvió a prenderse del teléfono. No tuvo reacciones sentimentales hasta varios días más tarde. Cuando se dio cuenta, sin la impronta del profesionalismo, que esa tragedia lo afectaría personalmente, hondo, de por vida, había escrito demasiado sobre el tema sin haber puesto una pizca de sus estremecimientos individuales.
Esto no es lo mismo que lo que vi hace poco en Madrid, aunque se le parezca. Estaba yo en una conferencia cuando llegó la noticia de que había fallecido Olga Guillot, el señor que se encontraba delante de mí, saltó como una rana, atravesó la puerta, se cobijó en el pasillo, para llamar a través de su celular:
-¡Oye, Olga Guillot se murió! Apúrate en sacarlo antes de que nadie lo saque.
Sentí todavía mayor tristeza. Esto es el mundo, pensé: Premura y superficialidad de la información. Siempre hay que llegar antes que nadie, antes que los demás, dar el palo… Hasta que un día la que llega primero es La Pelona… Ya para ese entonces, a nadie le importará la muerte de nadie. Será algo sumamente vulgar, y se habrá prohibido mencionarla en los medios de comunicación. Pour pas chic du tout!
Zoé Valdés.
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