Acabo de llegar del cementerio de Père Lachaise, de la cremación de Lou Lam. Como soy tan entretenida, y el cementerio de Père Lachaise constituye uno de los mejores espectáculos de esta ciudad, con sus tumbas, claro, y sus árboles: Alan Kardec, Marcel Proust, Colette, Jim Morrison, etc, un castaño aquí, un jardín de nardos allá, catleyas en la tumba de mármol negro de Proust, y asi de suite… pues me entretuve, y aunque me encontré con un amigo mexicano que iba a la misma cremación, resulta que entramos -tal como creíamos que convenía- en la Gran Cúpula, nos sentamos en la primera fila, y empezaron a llegar los invitados, a cual más estrafalario, al rato, entonces, cerraron la puerta. Junto a nosotros el cineasta Costa Gavras, la actriz Arielle Dombasle, y otra cantidad de actrices, el escritor y cantante Ives Simón, y el ataúd repleto de esos gaticos chinos con la manito levantada, cosa que me extrañó, porque a Lou siempre le privaron las ranitas y los sapitos, pero no esos gatitos asiáticos, que yo sepa.
Total que al rato me enteré que nos encontrábamos en la ceremonia de Chris Marker, y no en la de Lou; porque además, todo empezó con Arielle Dombasle cantando el Currucucú paloma en español, horrendo, al tercer currucú paloma ya yo me quería meter dentro del sarcófago con tal de no oirla never more, Poe siempre salvándome. Finalmente se calló, y anunciaron enfin el nombre del muerto. Y allí no estaba Lou, estaba Chris Marker.
Bien, debimos levantarnos y molestar a todas aquellas personas ya muy arrellanadas en sus asientos, en medio de aquel silencio sepulcral (nunca mejor dicho), y abrir aquel portón con aquel pestillo del tamaño de una ametralladora, y yo tratando de abrirlo y aquello que chirriaba de manera estruendosa. Por suerte el joven mexicano le metió un tirón y consiguió triunfal liberarnos de Arielle Dombasle, sobre todo, y salimos volando de allí.
Al doblar, en un sótano, en medio de un jardín muy fresco y florido, se hallaban Lou, y sus hijos, más Stephan, el primer hijo de Wifredo Lam. Pétalos de rosa sobre el ataúd sellado, un disco de jazz medio rayado, de los antiguos, y al final Lou desapareció en un hueco en la pared, en medio de su voz, que cantaba un chachachá, era un disco que ella grabó hace tiempo, donde entonaba con esa voz gruesa y cascada.
Allí estábamos sus amigos y parientes, los verdaderos. Recordé aquellos fiestones en los años ochenta en su casa, y tanta gente extraña alrededor de los Lam, y hoy los amigos de siempre, ahí, hasta el final.
Regresé hacia la calle por un camino inusual: un gato encima de una tumba, amantes furtivos. En este cementerio al parecer es donde más gente tiempla en toda Europa. La gente viene aquí desde el mundo entero a echar palos encima de las tumbas, y aprietan, tiemplan, y se masturban. Se masturban incluso con las tumbas, como les colgué aquí en este blog hace poco, que hacen con el ¿pobre? bronce de Victor Noir.
Finalmente esto es la muerte, como entrar y salir en un jardín, repleto de turistas, amantes, adúlteros, y muchachas neuróticas y anoréxicas, y sí, también es la vida. Flores, mensajitos en las tumbas, huellas de pintalabios en las piedras. Como entrar y salir de un sexo o con un sexo.
El cinco de agosto tendré que volver, a ver a mi madre, a regarle la tumba de ron, ponerle una mata de mandarina, y hacerle oir a Celia Cruz, no, este año toca Olga Guillot, el año pasado fue Celia, el otro La Lupe. A unas escasas tumbas de la de mi madre me toparé con el cantante de ópera que cada año viene a la misma hora, tres de la tarde, a cantar todo Verdi en el monumento de la familia Denisot.
Atardeciendo llegué a casa.
Abro el ordenador, y vuelvo a encontrarme con más de lo mismo, qué cansada estoy de todo esto. Si pudiera tomarme una pastillita y dejar de ser cubana, una píldora, diosito santo, que la acaben de inventar, para tragármela de un tirón, plim, un sorbo de agua, y de súbito, ya soy finlandesa, o danesa, qué maravilla.
Otra vez el mismo lepelepe que si yo estuviera en la piel de Carromero, es ya como una burla, como un bolero de esos de los más cheos de Juan Gabriel, o una ranchera de la Lupita de los Cojones aquella, y que si la paz, y el pantalleo del diálogo cuando lo único que hay detrás es las aspiraciones al nobel de la pazpinguera, cualquiera quiere un nobel de la paz o de la pinzga, vaya, o por el contrario un grant, que le tiren unos cuantos millones para seguir viviendo del cuento. Por favor, hasta cuándo. Por eso es que los Castro nos tienen tan vistos, y saben cómo meternos el dedo hasta la garganta, porque sólo unos cuantos pocos luchan con decencia por la libertad de Cuba, los demás están detrás de la pachanga del nobel de la pazpinga, o en el chacachacachequecheque de los grants. Llevan años en eso y no han tumbado ni a un mosquito que se haya posado a mil kilómetros de las charreteras de los Castro, pero así es…
Y hoy tenemos que leer el bolero de «en la cárcel de tu piel» de Carromero, qué falta de respeto,, caballero, con lo que se burlaron, mearon y cagaron en Payá, que hasta lo llamaron de todo -guardo algunos mensajitos, por cierto-, y ahora a hacer caja con Payá, y con Carromero.
Vamos es que, ¿el sueco dijo que iba dormido? No, el sueco es el más espabila’o de todos nosotros, porque aquí lo que hay es que hacerse el más rendido que unos frijoles negros de una noche p’a otra, y echarse a un rincón a que pase la conga, porque la cola es larga, y ya el nobel de la pazpinga dentro de poco lo pondrán por la casilla A4, aquella por la que tocaba el blúmer, de la libreta de la ropa.
¡Agur! Au revoir! Bye bye!

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