
Hace algunos días leí que se filmaría una quinta secuela o precuela de La Momia, aquella película que hizo furor y que iba ya por su cuarto episodio con éxito en las taquillas de las salas de cines mundiales. Lo que no me esperaba es que viéramos la quinta parte en tan breve tiempo y de manera tan real.
Les confesaré algo, tan acostumbrados nos tiene el castrismo a morirse y a resucitar, a lanzar proclamas de su propio deceso para enseguida desmentirlo, bolas que echan a rodar ellos mismos cuando la prensa se desentiende de su existencia, tan habituados nos tienen, decía, a esa especie de vacua inmortalidad que necesitan los tiranos, que yo ya había empezado a creer que la enfermedad de Hugo Chávez era cuento, y que por el contrario, nada le ocurriría, que sería eterno, como mismo creo que lo son los dos Viejos Pánicos de Aquella Basura.
Tanto lo había asumido que ni siquiera tenía preparada una columna mortuoria para en caso de que se partiera publicarla al instante. Porque, por ejemplo, de Castro I llevo escritas una centena de ellas, un día de estos las reuniré en un libro, bueno, si es que un día llega a morirse. De Castro II tengo unas quince o veinte, muy variadas, en su caso escribí para gustos y colores: para alcohólicos, para locas de carroza, para locas serias, para mariconas como yo, para hijas de puta también como yo (la tuya por si acaso, yo misma me la miento y me la desmiento), para torturadores, criminales, verdugos, víctimas, para disidentes reales y para disidentes de diseño, para ese pueblo, ay, ese pueblo… para los carneros obligados y para los que emiten balidos de placer, mientras aplauden y los entollan durante uno de esos sosos discursos del perro tan amado por los escritores de la cohorte.
De modo que de pronto se murió Chávez de verdad, y ¡yo no tenía nada escrito! ¡Qué poca previsión, señoras y señores! ¡Qué mierda me hizo Chávez!
Yo tenía la certeza de que cuando Chávez falleciera, cosa que ya veía, tal como les digo, muy lejana, el espectáculo iba a ser aterrador. Pensé que la oposición saldría a las calles, que habría una violencia descomunal, que se desataría una guerra, y que los militares terminarían apoyando al pueblo, pensaba también que el pueblo venezolano era mejor que el cubano, que no se dejaría arrebatar la democracia ni destruir la constitución, y que Maduro tendría que retirarse a hacer lo que mejor sabe hacer, a manejar guaguas. O sea, que una vez más me hice la película hollywoodense en la cabeza, pese a Hollywood, pese al mismo Sean Penn, una de las viudas del mandatario venezolano, quien enseguida salió a desgarrarse las vestiduras. Nada de eso, amigos y amigas, todo ha sido más patético de lo esperado, digno de un culebrón de los peores, un espectáculo que ni la peor de las repúblicas bananeras, cuyo guión, sin duda alguna, ha sido escrito y perfilado en La Habana, a la sombra del Comité Central.
Ver a ese mastodonte con un escobín teñido de negro por bigote, observarlo hacer el teatro del llantén, cuando lo único que ha hecho es usurpar el poder en Venezuela, imponerle a la familia y a las hijas de Chávez una situación macabra y deprimente durante meses, oirlo engañar a los venezolanos, hacerle el juego al castrismo con tal de quedarse él con el dominio absoluto del país, es de lo más horrendo y dramático que se haya visto jamás. Desde luego, absolutamente risible, y hasta cómico, si las consecuencias de todo ese show sensiblero no agravaran el destino de ese país.
Resulta que, para colmo, el ataúd, que hizo un recorrido por casi toda la ciudad con una retahíla de histéricos desatados detrás, gritando, lamentándose, mesándose los cabellos, arañándose los pechos y los brazos, en una especie de conga del desbarajuste, iba vacío. Puedo imaginar que entretanto estaban momificando a Chávez. ¡Qué mala maña la de momificarlo todo tienen los comunistas y en este caso no es una metáfora!
Eso de momificar, por cierto, y por suerte, nos lo ahorraremos en un futuro los cubanos, porque ha pasado tanto tiempo entre la primera crónica de una muerte anunciada de Castro I y la última, que ya él solito se ha ido auto-momificando en vida. O sea, menos gastos para Aquella Isla Maldita, y claro, también el envejecimiento del tirano tiene una ventaja y ésta es que, los cubanos poseen lo que nadie en el mundo puede comprar ni con petróleo ni con todo el oro del mundo, ni los saudís que compran medio Louvre y decapitan homosexuales en el mismo día: Una momia parlante, que sale a votar por su hermano (que no es más que votar por sí mismo), que recibe a los sucesivos Papas (todos se han ido muriendo y dimitiendo antes que él), y que se dice y contradice todo el tiempo, de hecho esa ha sido la única marca del castrocomunismo, que con el mismo rigor y pretexto con el que fusilan a un inocente, pueden dentro de dos décadas o una y bajo el mismo pretexto y con el mismo rigor convertirlo en mártir de Aquel Vómito de Mofeta, una vez muerto qué importará ya para ellos el detallito por el que lo lincharon, la cosa es retomarlo a su favor. Esa misma política la están aprendiendo sus mejores discípulos, los disidentes de diseño, en cuanto empiezan a perder audiencia y dinero echan mano del primer cadáver contra el que tanto escupieron, y se lo apropian ante la mirada atónita de los familiares.
El caso es que en Cuba tenemos a dos momias que mandan, por lo que no es de extrañar que en Venezuela mandase un cadáver durante meses, un muerto que leía periódicos, se reía a carcajadas, twitteaba, estaba activo en Facebook y manejaba impertérrito a un guagüero, y todo eso desde dentro de la indumentaria de palo. La oposición menospreció al guagüero, lo entiendo, yo también, hace mucho tiempo fui novia de uno de la ruta 27, bailaba como un dios, era un tremendo casinero que me llevaba a la Tropical a que me tocaran el culo, eso le privaba, a mi no tanto, pero yo era muy mosquita muerta cuando aquello, y muy joven. Ahora con más de cincuenta años comienzo a revalorizar aquellas tardes de La Tropical en las que, muy a mi pesar, algunos convertían mi trasero en un tambor.
Pero volvamos a lo que nos ocupa y preocupa, por el momento el cadáver de Chávez una vez convertido en momia seguirá mandando a través de su médium, el guagüero Nicolás Maduro, que no era tan paragüero como parecía, porque miren ustedes, ya se ha autonombrado presidente y hará elecciones rápidas, faltaría más, con toda intención, para devenir lo que ya es, aunque según él, así lo deseó el finiquitado y futura momia.
No entiendo cómo los Bernard Cassen, los Maurice Lemoine, y los Ignacio Ramonet no protestan desde Le Monde Diplomatique o desde Bellaciao a través de sus marionetas y borricos, porque mira que jodieron la pita con Nicolás Sarkozy, y resulta que ahora, otro Nicolás mostachudo, se las reinventa peor, y sin embargo ellos continúan derretidos con él. Eyaculaciones tras eyaculaciones cerebrales y ejerciendo sus triquiñuelas de periodistas injerencistas en Venezuela, no por ideales, eso se acabó hace rato, aquí lo que vale es el baro petrolero intercambiado por muela guevarista, no la del Che, no, la de su amiguito Alfredo.
De todo este lamentable suceso orquestado por la Dinastía Momiense y Bananera del Caribe, y a cuya pléyade se suma ahora La Momia V, en cinemascope y a todo color, lo único realmente sincero y relevante ha sido el comentario de la actriz y activista por los DDHH, la venezolana de origen cubano Maria Conchita Alonso, que escribió con el corazón:
Maria Conchita Alonso on Chavez Passing: ‘I’m Very Happy’ | NewsBusters
Me too, María Conchita, me too. But…
Zoé Valdés.
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