Al parecer en el aeropuerto de La Habana se armó una alharaca y un embullo tropical tan propio de los cubanos ante la posible llegada del espía Edward Snowden. Llegada que no ocurrió. Y los bulticos de cubanos que allí consiguieron reunir, más la prensa extranjera tan movilizada ella siempre para los casos y las causas perdidas, así como segurosos disfrazados de turistas, se quedaron compuestos y sin Snowden. Con las argollas y los aretes jorobados. La Habana anda tan remal que ni los espías cobardes quieren asilarse en ella.
El espía de marras tampoco aceptó el asilo en Letrinoamérica, descartó por supuesto Venezuela, y como suponía se quedará en Rusia, donde lo exprimirán hasta que el gaznate se le hinche como una pomarrosa.
Y hablando de La Habana que ya no es ni su sombra, y de Miami, ese resplandor… ¿Han visto cuántos artistas, cantautores, peloteros, y etcéteras y demás, huyen de la capital habanera de las supuestas artes raulistas y desfilan y desfilarán en breve por las calles para automóviles de la capital del indio (el sol)? Un burujón, montón, puñado. Para luego regresar y arrepentirse, retornar y chivatear, que es como único se logra renovar el pasaporte con tal de seguir en el alarde y la bambolla de revolucionario tibio o timorato en el Miami actual donde ya no son los gusanos los que la construyen, sino los comecandelas lo que la destruyen.
De otro lado, no crean que me he olvidado del cónsul eructador reclamando que los cuatro ancianos vayan a dilapidar sus jubilaciones en inversiones con los militares castristas. Lo estoy dejando para sazonarlo bien sazona’o.
Zoé Valdés.
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